Guerras siempre han habido. No son nuevas. Si vamos a la historia de la humanidad, las encontraremos por doquier. Lo que sí es notorio hoy día, es la multiplicación de estas por toda la tierra.

En una guerra hay muertes de hombres y mujeres que son miembros de los ejércitos en conflicto. Y a la vez como daño colateral, habrá muerte de otras personas, entre ellas enfermos, niños y ancianos. Nadie en su sano juicio quiere vivir una guerra. La destrucción física es total y la pérdida financiera hunde en la pobreza y el hambre. El ánimo de las personas cae, dando lugar al miedo, al temor y al odio.

Siendo así el resultado de una guerra, ¿por qué ocurren? «¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?» Santiago 4:1. Tenemos luchas con sentimientos y emociones encontradas. El origen de cada guerra está en el interior del ser humano. Por supuesto no de personas buenas, nobles, justas y temerosas de Dios. Tampoco solo hay guerras, sino además existen también los pleitos. En ambos casos habrá pérdidas humanas y materiales.

Segun la RAE la diferencia entre guerra y pleito principalmente en su escala y naturaleza. La guerra es un conflicto armado a gran escala entre naciones o bandos, mientras que un pleito puede ser una disputa judicial (litigio) o una riña privada. Además define la palabra concupiscencia, como deseo de bienes terrenos y, de manera especial, como apetito desordenado de placeres deshonestos o sexuales. También se usa para referirse a un deseo ansioso de bienes materiales en un sentido más amplio.

Somos humanos sujetos a pasiones. Eso es lo normal y común en la raza humana. La palabra realmente es concupisciencia, y proviene del griego ἁνδάνω: (complacer); deleite sensual; por implicación deseo: – lujuria, placer.

Esa concupisciencia son sentimientos y emociones que combaten en nuestro interior. Es decir, están en constante lucha en nuestra mente y en nuestro corazón. Nos hacen desear de una forma desmedida, lo que debería ser un deseo normal y natural bajo dominio y control. Y este es precisamente el problema, porque no les controlamos nosotros, sino que somos dominados y controlados por ellos.

Al darse rienda suelta sin dominio y control personal, tomamos actitudes y acciones antagonistas con los que nos rodean, porque queremos ser lo que no somos, estar donde no estamos y tener lo que no tenemos. Buscamos medios impositivos y violentos para ser, estar y tener. Y una forma es ser, estar y tener a la fuerza, ejerciendo abuso y poder sobre otros, quienes a la vez se defienden. Aquí se inicia la guerra o el pleito, aunque lo que lo provocó,  es decir la concupisciencia, ya estaba en los involucrados mucho antes de iniciarse dicha guerra y pleito.

Lo irónico está en que para lograr y alcanzar la paz terminando la violenta guerra, muchos utilizan su poder de manera cohersitiva. ¿Lograr la paz con mas guerra? ¿Con otra guerra? Suena ilógico e irracional. El problema está en que cuando esa llamada concupisciencia domina y controla, nada ni nadie de forma fácil y sencilla puede lograr el fin del conflicto. Y en este 2025 estamos viendo como ocurre esto en medio de guerras alrededor de la tierra.

Las guerras nunca terminarán del todo. Porque terminan unas y empiezan otras, por la concupisciencia en el ser humano Además son parte de las señales del fin del mundo. «Y cuando oigáis de guerras y de sediciones, no os alarméis; porque es necesario que estas cosas acontezcan primero; pero el fin no será inmediatamente.» Lucas 21:9.

Cuando el gobierno de un estado hace la guerra, se espera lo haga en cumplimiento a su responsabilidad de proteger el territorio que gobierna con sus respectivos ciudadanos. La obediencia, sujeción y el respeto a la autoridad, es parte del deber cívico y moral. «Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.» Romanos 13:1-4.

¿Qué se espera se los gobernantes?  Sean sabios, justos, incorruptibles, cumplidores, visionarios y firmes en el ejercicio del poder y autoridad delegada sobre ellos. Siendo imperativo e importante, intercedamos por ellos delante de Dios.«Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad.» 1 Timoteo 2:1-2. El objetivo de Dios a través de los que gobiernan, es que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Propósitos de alto nivel en los planes de Dios, de allí la presión que existe sobre ellos. ¿Viven las personas que gobiernan en quietud y reposo? ¿Hay en la sociedad piedad y honestidad?

¡Que no se dejen dominar, ni controlar por la  concupisciencia de ellos mismos, ni de otros oportunistas y aprovechados que les rodean! Porque combatir la delincuencia e inclusive el crímen organizado, no es hacer guerra. Es hacer cumplir la ley sin excepción alguna. Es defender no los derechos humanos, sino mas bien proteger a los humanos derechos.

• Francisco Gudiel – FG –

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